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En conversaciones con un gran artista y amigo sobre mi arte, me dijo que lo más importante en mi obra era que hablara de mi verdad. Y para hablar de mi verdad, tal vez el punto de partida era describir el proceso y cómo llegaba a construirla.

 

Ayer hice una obra que me costó mucho. Con esto me refiero a que no fue una obra que saliera fácil y rápido, tomó horas. Eso para mí es difícil. Puede tener que ver con mi conexión conmigo o con lo que estaba tratando de salir.

 

Empecé preparando el lienzo con pintura blanca, la base. Esto es algo muy mecánico y no requiere de mucha inspiración, pero si un gran valor simbólico. Estoy poniendo la base, lo que va a sostener cada trazo. A veces hay algún color, pero en este caso era blanca. Casi imperceptible en contraste con el color del lino preparado. Al casi no poder ver la diferencia entre los blancos, se volvió como un ejercicio de meditación. Tenía que concentrarme en cada brochazo, recordar donde había puesto el blanco, observar muy de cerca la trama del lino para ver por donde pasaba la brocha.

 

Después tenía que dejar secar el acrílico de la base, y me senté a mirar ese lienzo en blanco. Con música, porque siempre tengo música en mi proceso. Como sabes, soy pianista clásico desde los 5 años, y la música es parte de mi, de mi proceso creativo pero también de la forma en la que mi cerebro proceso el mundo. La relación entre mi cerebro musical y el pincel o la brocha, al ser dos formas en las que me expreso, es muy íntima. Las manos que uso para lograr un sonido en un piano, son las mismas manos que uso para poner un trazo en el lienzo. Hay melodía, hay ritmo, hay fraseo en la música y en mi pintura. Tiene que haber una coherencia entre el trazo, el color y la fuerza. Hay azar en la interpretación, pero también hay una estructura inconsciente y una memoria muscular que lleva años construir. El cuerpo sabe cómo se tiene que sentir, aunque no sea un proceso racional.

 

Después tomé mi barra de grafito. Es una barra muy especial, gruesa, la tengo que empuñar, no tomar delicadamente como un lápiz. Todo mi cuerpo se ve involucrado en ese primer trazo que rompe el silencio del lienzo en blanco. Es la primera nota, que de cierta forma define las notas que siguen. Tres notas forman un acorde, y ese primer acorde define la tonalidad de la pieza.

 

Como seres humanos hemos escuchado música desde que tenemos memoria, a veces hasta las madres ponen música a sus hijos cuando están en el vientre. Entonces estamos acostumbrados a escucharla y a dejarnos llevar por ella. Los sentimientos que puede evocar un acorde en nuestra mente amaestrada son automáticos. Un acorde mayor, un acorde menor, una quinta disminuida o una novena, son términos que sólo un músico conoce pero que  en cualquier ser humano ya evocan una sentimiento: tristeza, melancolía, felicidad, suspenso, anticipación.

 

Ese primer trazo en grafito, blanco sobre negro, es mi primer acorde y va a definir qué es lo que sigue.

 

Me siento otra vez a contemplar ese primer acorde en el lienzo. Me hago preguntas, cómo me hace sentir, de dónde salió, qué sigue. Pero también quiero dejarme llevar por mi intuición y lo que mi cuerpo y mi mente tienen en el subconsciente. Es casi que un conflicto entre dejarse llevar y controlar.

 

El tiempo sigue pasando y no he tomado el primer color. El color es como la melodía en una pieza musical. El primer acorde da la tonalidad pero la melodía se construye sobre el acorde. Están relacionados íntimamente y transforman ese primer acorde.

 

Recojo una barra de óleo y la organizo. Las barras de óleo se secan y se forma una película  encima. Es otro de mis pequeños rituales, tomar una espátula y pelar esa película. Hay barras gruesas, medianas, pequeñas. La forma de tomarlas en la mano también cambian el trazo que puede salir. Hay barras más duras, otras más suaves, tal vez es el pigmento lo que determina esa cualidad.

 

La sensación táctil también es muy importante en un piano. Si alguna vez han visto un pianista sentarse en un piano por primera vez, es común que lo primero no sea producir un sonido sino acariciar el piano. Por mucho tiempo las teclas estaban recubiertas en marfil, hoy claramente esa práctica no es sostenible, entonces son sintéticas. Pero las teclas van a estar en contacto directo con las manos, las yemas de los dedos. Hay más de 3,000 terminaciones nerviosas en la punta de un dedo, y muchas cosas que pueden sentirse.

 

A veces también acaricio el lienzo antes de empezar. Siento su textura, su resistencia. Es muy distinto pasar una barra de óleo o grafito sobre un soporte de madera, un lienzo de algodón o una pared de cemento. Hay mucha interacción entre lo que siento cuando hago un trazo, pero también lo que el material me devuelve. Lo mismo pasa con el piano, no es solo lo que pasa cuando presiono una tecla sino lo que el mecanismo del piano me devuelve y el sonido que sale.

 

Por más industrializado que esté el proceso de construcción de un piano, no existe un piano igual. Es por eso que no se puede comprar un piano sin tocarlo antes, no hay dos iguales.

 

Me paro frente al lienzo y hago el primer trazo. Trato de no dirigirlo, de dejar que mi cuerpo, mi intuición y todas las sensaciones de las que he hablado me guíen. La resistencia del lienzo, las líneas de grafito que ya estaban ahí, la forma en la que se comporta la barra de óleo.

 

Así empieza la composición.

 

Después de ese primer trazo me vuelvo a sentar. No corrijo, no pulo; Realmente no hay nada que corregir. Es lo que es, es mi verdad.

 

Me vuelvo a sentar. Otra media hora mirando el primer acorde y las primeras notas de la melodía en el lienzo. Mientras suena la música.

 

Voy por otra barra. Escoger el siguiente color es algo intuitivo. Es como una voz en mi cabeza que me dice “necesita amarillo, necesita azul”. No estoy pensando en la teoría del color, ni en qué es complementario o qué combina bien.

 

Hago el siguiente trazo. A veces quiero que los colores se crucen y se mezclen, a veces no. Es igual que la música.

 

Cuando se aprende a tocar piano, una de las cosas más difíciles es lograr que la mano recorra el teclado largas distancias sin que las frases sean torpes y entrecortadas. Los dedos pasan por encima y por debajo de sí mismos. La diferencia entre un principiante y un profesional en el piano es la fluidez de la melodía y el fraseo. Lograr que una melodía suene como una conversación, con sus conectores y hasta muletillas, pero no se puede parar en la mitad de la frase para reacomodarse. A los estudiantes de piano, el profesor les escribe encima de las notas los números del dedo que debe ir - “1-3-5-2”- para que la frase fluya. Inclusive un pianista profesional, cuando está aprendiendo una pieza escribe pequeños apuntes sobre los dedos que deben usarse en partes complicadas.

 

Pero después de muchos años esto se vuelve automático. No tengo que pensar cómo poner los dedos y entrecruzarlos para llegar de un lado del teclado al otro, porque mi mano, mi brazo y mi cuerpo ya saben cómo se siente. Y si, es todo el cuerpo. Es la posición de los brazos, del tronco, de los pies (que además deben moverse sobre los pedales para lograr unir las frases). Si tuviera que pensar en todo eso al tiempo, no podría tocar una pieza y menos aún ponerle intención y sentimiento.

 

Sigo mirando la pieza y veo que hay un trazo grueso y uno mucho más delgado y delicado. Me falta algo, me falta un acorde más complejo y poderoso que haga que toda la pieza encaje. Busco una barra del mismo color, pero más gruesa. Y hago otro trazo.

 

Me vuelvo a sentar. Ahora tengo un acorde, el inicio de una melodía y algo que va tomando forma. Pero aún falta algo.

 

Una pieza musical también tiene que tener balance. Entre los acordes, la melodía y el ritmo. Pero también, dependiendo de lo que quiero expresar, en los límites del teclado. Puedo hacer una pieza que tenga solo tonos altos, o tonos bajos, y eso claramente dará un resultado. Pero nuestro oído está acostumbrado a tener un balance entre altos, medios y bajos.

 

En una banda tradicional hay una voz, una guitarra, una batería y un bajo. La guitarra lleva los acordes, la voz la melodía, la batería el ritmo. Pero el bajo, el bajo es muy importante. Para el oído no entrenado a veces es difícil reconocer el bajo, pero si no está, hace falta.

 

Los distintos trazos y colores sobre el lienzo para mí tienen el mismo propósito. Cada uno se ocupa de un componente de la obra. De pronto a simple vista no es fácil distinguir qué hace cada uno, pero cuando alguno no está, hace falta.

 

Media hora más y finalmente escucho el color que hace falta. No escojo algo muy obvio o académicamente relevante, pero es el que me llama.

 

Hago las líneas finales y ya. Siento que algo se completó, la obra está completa. Hay ritmo, hay melodía, hay altos, medios y bajos. Es inconsciente , pero tiene sentido.

 

Para el espectador que se conecte con lo que he hecho, esa sensación de cohesión será clara y es eso lo que lo atraerá y conectará con la obra.

 

Mis sentimientos y sensaciones mientras la componía, se conectarán de alguna manera con sus sensaciones y sentimientos. Probablemente serán inconscientes, como cuando escuchamos una obra musical. Tendrán sentido.

 

Puede que como no-músicos y no-artistas no entendamos que es lo técnico detrás de una obra o una pieza de música. De pronto no sabemos que de acuerdo con la teoría del color hay cosas que van bien, hay trazos fuertes y débiles, o el uso del espacio es coherente. De pronto no sabemos si la canción está en clave de Do o re menor, o si usamos una inversión de un acorde para resaltar el bajo. Pero lo que si vamos a saber es si una canción suena bien o mal, nos transmite o no. Y lo mismo con el arte, sabremos si quedó bien hecho o no, si comunica o no, si hace sentido.

 

Hay canciones que nos tomará 5 minutos componer, otras horas y otras toda una vida, pero al final, con quien la compartamos, en los breves minutos que se pare al frente de la obra o escuche la canción, sabrá si le gusta o no, si le hizo sentir algo o no.

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